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EL ISARD DE MIS SUEÑOS

miércoles, 07 de abril de 2010

  



Carlos Irujo


Tras un largo viaje llego por fin al pequeño pueblo del Pirineo catalán donde iba a intentar cazar un isard. El tiempo era estable y anticiclónico, el lugar y la época, en el Alto Pallars y a primeros de noviembre, los más propicios para intentar conseguir ese ejemplar con el que soñamos encontrarnos algún día los cazadores de alta montaña que llevamos muchos años detrás de estos precioso animales. A pesar de las muchas veces que he cazado rebecos en el Pirineo no se me va de la cabeza la fallida ocasión que tuve hace diez años antes en estos mismos parajes, sin duda un viejo macho de altísima puntuación, que se nos apareció mientras comíamos corriendo entre un bosque de pinos pedriza abajo perseguido por un animal más joven y fuerte que lo achuchaba sin cesar. La fortuna, o mejor dicho su ausencia, hizo que en ese momento estábamos el guarda y yo almorzando en medio de un claro de un inmenso y pendiente pinar y el rifle a dos metros de mi mano en la tasca, justo me dio tiempo a cogerlo y cuando casi lo tenía encarado en la mira, para mi desesperación dio un salto y se esfumó perdiéndose para siempre barranco abajo. La imagen de su canosa cabeza y fino cuello mirándome de frente un instante a unos escasos 30 metros coronada por gruesas cuernas que le sobresalían mas de un palmo de sus orejas y que en lo alto se separaban espectacularmente no se me olvidará mientras viva.

Tras alojarme en el hostal, y esperar a que llegara de Madrid mi buen amigo y compañero de fatigas José Mari, el cual nos iba a acompañar en esta cacería, fuimos a casa del Guarda Jesús, tan buen montañero y cazador como persona, y tras los comentarios de rigor quedamos al día siguiente antes de amanecer para subir a la montaña.

Primer día de cacería:
El primer día, Jesús nos propuso una interesante y largo recorrido por un precioso valle que discurría hasta un circo glacial que lindaba en su zona superior con el parque nacional de Aigues Tortes en cuya margen izquierda se descolgaban bosques de pinos donde se solían apostar algunos de los buenos ejemplares que buscábamos, cogiendo una pista que nos permitió subir un kilómetro, dejando el todo terreno entre dos luces.

Nada mas salir del coche a los 10 minutos vimos dos corzas con sus crías, y uno poco mas adelante un precioso macho que portaba un respetable trofeo para proceder de una zona de alta montaña, corroborándonos Jesús que era uno de los más grandes que tenía visto en la reserva, y tras enfilar el primer repechón serio de la jornada vimos una vieja “craba” Solitaria, y un par de machos que se perseguían, uno de los cuales era bastante alto y que podría ser un plata medio, pero no era lo que buscábamos.

Mas adelante y ya bastante altos, vimos a la derecha a gran distancia y en mitad de una gran pedriza una gran manada de por lo menos 50 ejemplares, los cuales nos pusimos a escudriñar uno a uno hasta encontrar un ejemplar a la izquierda que estaba un poco más separado de los demás que por su coloración y porte parecía de avanzada edad, pero tras montar el scope pudimos comprobar que era una vieja machorra a la que sin embargo no le destacaba el trofeo por lo que proseguimos terreno adelante. En otra ocasión, en esta mismo valle, a pesar de tener un permiso de trofeo, preferí abatir una hembra que resultó ser una de las mejores del pirineo.

Al final del valle llegamos al sopié del circo que lo circundaba en un paisaje de ensueño donde se entremezclaban los altos picachos y los ibones tan característicos de preciosa zona del Pirineo, y tras mirar todo aquello detenidamente Jesús nos señaló a unos 300 metros un poderoso y oscuro macho de ancho pecho que teníamos enfrente y que al parecer tenía catalogado como el más grande de la zona, y tras mirarlo y remirarlo con los prismáticos, llegue a la conclusión que era un animal bastante bueno aunque por su colorido y fuertes hechuras todavía estaba en plenitud de facultades, como mucho 7 u 8 años, y si bien parecía de gruesa cuerna por la “leña” que tenía entre las orejas, no era ni demasiado alto ni abierto, lo que me hizo suponer que a pesar de ser un excelente animal y que seguramente sería un oro, no pasaría de 97 o 98 puntos, por lo que también para desesperación de mis acompañantes lo deseché. Era el primer día y a pesar de que era perfectamente posible que no viéramos en el transcurso de la cacería un ejemplar mayor que este, el hecho es que estaba decidido a agotar todas las posibilidades para intentar llevarme a casa lo que buscaba, un Isard de categoría especial y a ser posible en sus ultimos años de vida.

Seguimos subiendo y casi al llegar al cresterío de la divisoria con el valle que teníamos a nuestra derecha, divisamos casi en la cumbre un grupo de una docena de hembras acompañadas de un macho espectacularmente abierto, pero cuanto más lo miraba menos me convencía ya que sus cuernas no me parecían demasiado gruesas y parecían más anchas que altas, lo que denotaba su juventud, y si bien ya daba una importante puntuación, el paso de los años si le respetaban los cazadores la haría portar uno de los grandes trofeos que suelen dar esta zona del Pirineo, por lo que le dejamos que siguiera con su ciclo vital y seguimos nuestro camino.

Tras descansar un rato gemeleando sin encontrar nada que nos satisficiera, momento que aprovechamos para comer, dado que estábamos a gran distancia de donde comenzamos y a una considerable altura, nos encaminamos a ir volviendo a nuestra zona de partida por unos pendientes ubagos muy querenciosos para los grandes machos del valle contiguo, pero al encontrarnos con unos montañeros con un perro que habían subido por donde pretendíamos volver nos hizo cambiar de opinión, siguiendo nuestro camino por el cresterío que delimitaba ambos valles desde donde divisamos una zona muy amplia con grandes praderas de hierba en las que vimos varias manadas con muchos animales jóvenes y hembras sin nada que destacar. A partir de entonces, dado que el sol estaba cerca de ocultarse tras las montañas y que todavía teníamos mucha distancia que desandar, apoyados en nuestras varas de avellano, iniciamos una larga bajada a la mayor velocidad que nos permitían nuestras piernas, llegando al coche totalmente de noche tras una dura jornada de 18 horas caminando por unos parajes preciosos, tras lo que nos fuimos al hotel donde los tres andarines dimos buena cuenta de buena cena regada con un excelente vino y mejor carne y a dormir que nos lo habíamos merecido.
Al día siguiente Jesús nos propuso subir a otra zona muy alta y solitaria fronteriza con el Parque Nacional Francés donde no se había cazado desde hacía varios años, algo a lo que accedimos encantados, ya que en este tipo de sitios hay más posibilidades encontrar en esa zona un ejemplar como el que buscábamos.



Segundo día de cacería:
Tras quedase la noche estrellada y bajar espectacularmente la temperatura, volvimos a quedar muy temprano, ya que el lugar donde pretendía ir Jesús solo se podía acceder a través de una empinada y larga pista en la que muchas de sus revueltas estaban heladas, con el consiguiente riesgo de irnos barranco abajo, pero con cuidado y el buen hacer de nuestro conductor conseguimos plantarnos al amanecer a una considerable altura desde comenzaríamos a cazar como dicen los montañeses “de llano”.

Una vez que empezó a clarear, tuvimos ante nuestra vista un amplio circo cuyas crestas formaban la divisoria entre los dos países, y a nuestra derecha a unos 600 metros un querencioso barranco que colindaba con unos espesos bosques donde se suelen recoger excelentes solitarios, y tras mirar con los prismáticos pudimos divisar varias manadas de isard y abundantes animales desperdigados con los primeros síntomas del celo que esos días comenzaba, con las dificultades que ello conlleva para una correcto acercamiento al que nos pudiera interesar.

A pesar de la excesiva distancia, gracias al Scope y a los prismáticos pudimos comprobar en una de las manadas más grandes la dominaba un fuerte macho casi negro y gruesas cuernas así como una vieja hembra que con las primeras luces del amanecer parecía plateada de lo encanada que estaba, pero José Mari, no hacía mas que mirar y remirar un ejemplar de color avellana que careaba solitariamente a unos 400 metros mas abajo que los que estábamos, repitiendo varias veces que le gustaba el color y el lugar que se encontraba ese animal. La excesiva distancia y el principio del día no nos dejaba entrever ver el tamaño de sus cuernas, pero tras observarlo concienzudamente llegué a la conclusión de que sus hechuras denotaban que era un viejo ejemplar y que si bien sus cuernas no eran extremadamente abiertas, parecían bastante gruesas, destacando sin duda alguna su gran altura en comparación con sus orejas. Tras acercarnos un poco mas pudimos comprobar que era extraordinario, decidiendo que era el animal que buscábamos, sin duda un oro muy alto que con cuentagotas hay por estas montañas.

Ahora había que decidir como le hacíamos la entrada, ya que si avanzamos de frente, el resto de los que estaban desperdigados por la zona nos avistarían enseguida avisándole de nuestras intenciones, dando al traste a nuestras ilusiones, y dado que el sol en breve iba a empezar a cubrir la ladera, decidimos subir en vertical unos 200 metros para intentar desde arriba eludir a la gran manada que estaba encima de nuestro macho, y conseguir ponernos a tiro del viejo solitario.

Con mucha paciencia y cuidado, por fin conseguimos llegar a una cresta desde donde se divisaba a unos 200 metros la tasca donde habíamos avistado a primera hora al Isard, el cual un rato antes había abandonado apresuradamente el lugar al haberle encorrido hacia abajo uno de los machos dominantes de la manada de arriba, trasponiendo un pequeño collado y perdiéndose momentáneamente de nuestra vista en una zona boscosa que había detrás, pero dado que estábamos seguros que no nos habían visto supusimos que tarde o temprano volvería al lugar ya que había una excelente hierba y tenía encima el imán de la manada que en sus tiempos jóvenes seguro que habría capitaneado.

Por ello, con tranquilidad, nos pusimos cómodos colocando el macuto en el lugar apropiado disponiéndonos a esperar, hasta que al cabo de aproximadamente una hora, el viejo animal volvió a trasponer en el collado que teníamos enfrente y en vez de quedarse quieto allí donde ofrecía un excelente blanco, empezó a caminar sin parar hacia nosotros bajando a la hondonada que le separaba entre nosotros, y tras desaparecer de nuestra vista nos apareció por debajo como a unos 80 metros donde se nos quedó parado un momento mirando hacia nosotros, momento que aproveché para dispararle, y ante mi asombro salió disparado como alma que lleva el diablo pendiente abajo a todo galope buscando la querencia del bosque de donde había salido, tras meter otra bala en la recamara y cuando corría por la ladera de enfrente le disparé un segundo tiro que le hizo correr mas si cabe, y antes de que se perdiera definitivamente de vista, justo antes de traspusiera un estrecho collado afinando al máximo realicé un tercer disparo al más puro estilo montero, desgajándose en ese instante una rama de un pino que estaba justo encima del bicho, comentándome mis amigos “les has dado justo encima”, y para mi desesperación desapareció de nuestra vista.

Es de interés destacar que la semana anterior había comprado e instalado en el rifle un bípode, el cual para asegurar al máximo el primer disparo, el animal del que escribe lo había apoyado directamente en la roca caliza, acción que evidentemente y para mi desgracia pudo haber provocado vibración que me hizo errar el primer tiro, porque a la distancia y el blanco que ofrecía el ejemplar no lo falla nadie. Como se podrán imaginar los lectores, se me cayó el mundo encima, ya que el animal era de bandera, y la ocasión es de las que no se repiten. No obstante, recorrimos palmo a palmo todo el camino que había recorrido el animal hasta perderse de vista, y a pesar de que no vimos en el árbol la bala incrustada, no encontramos rastro alguno de sangre ni del macho.

Dado la calidad del animal y que no podía haber ido muy lejos, decidimos seguir tras él durante todo el día y a pesar de que recorrimos durante todo el día los barrancos contiguos, la búsqueda resultó infructuosa, y dado que ya era tarde al volver decidimos hacer un ultimo intento y pasar por enésima vez por el collado, y tras haber pasado Jesús y yo, José Mari que iba unos metros detrás, se quedó un momento quieto mirando hacia abajo la pendiente del otro lado y nos dijo, “esperar un momento que parece que allí hay algo”, y tras bajar unos metros, encontró oculto entre unas altas y quemadas hierbas el cuerpo del viejo Isard, el cual tenía el orificio de entrada en mitad de sus jamones traseros, el típico supositorio. Por lo visto, el tercer y ultimo disparo que le hice a todo galope a unos 200 metros le había atravesado de pleno atrás a adelante, destrozándole la caja de música, y dado que como el tiro se lo pegué casi justo cuando trasponía el vértice del collado, la velocidad que llevaba le hizo caer muerto por el otro lado deslizándose unos 30 metros por una pendientísima pendiente de hierba de la otra ladera parándose en unas altas hierbas que eran exactamente del mismo color que su piel y que nos habían impedido verlo cuando registramos ese lugar, ya que no había el menor rastro de sangre. Que paradoja el tiro más fácil lo falle y el mas difícil lo acerté de pleno. Nada mas tenerlo en nuestras manos pudimos comprobar que era tan bueno como suponíamos, ya que tenia 15 años, portaba una preciosa cuerna ambarina con unos marcados crecimientos, y su grosor, altura y longitud eran excelentes, dando una puntuación de casi unos extraordinarios 105 puntos, lo que le llevó a ser el segundo mejor ejemplar cazado en el Pirineo de ese año.

Desde estas líneas quiero dar las gracias a Jesús por haber puesto todo de su parte para conseguir este extraordinario ejemplar, y a José Mari, primero por saber elegirlo desde tan larga distancia y sobre todo por haber dado con él cuando ya lo dábamos por perdido, dándome la oportunidad de cumplir mi sueño y permitirme que ocupe su trofeo en mi salón el lugar de honor que le corresponde. Hubiera sido una lastima que tan extraordinario trofeo se hubiera quedado abandonado en estas preciosas montañas.

 

Archivado en:  Carlos Irujo,

 

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