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SITUACIONES DE PELIGRO EN LA CAZA

viernes, 30 de julio de 2010

  

Carlos Irujo

La caza de montaña, como actividad que se lleva a cabo con armas y en lugares accidentados y solitarios puede generar múltiples y variadas de situaciones de peligro, por lo que debemos poner de nuestra parte todo tipo de prevenciones para impedir que ocurran ni siquiera una vez, ya que en ello nos puede ir incluso muestra vida.

Nunca está de mas recordar a los lectores, lo fundamental que es comenzar con una educación exhaustiva del joven cazador en el cuidado y manejo de las armas, algo que en mi caso he tenido la inmensa fortuna de contar con ambos padres cazadores que fueron muy estrictos en este sentido, lo que me facilitó mucho el aprendizaje de lo más elemental desde muy temprana edad, enseñanzas que debemos llevar a la practica siempre y no olvidar jamás. Hoy en día siempre que tengo en mis manos un arma, lo primero que hago es comprobar las veces que haga falta que esté descargada, no apuntar jamás a nadie, etc., en definitiva, no olvidar nunca que lo que tengo en mis manos no es ni mas ni menos que una maquina de matar que mal utilizada puede provocar una situación gravísima e irreversible.

Centrándome en las situaciones de peligro que he tenido en mis 35 años de deambulares cinegéticos, recuerdo por ejemplo hace ya bastantes años una madrugada en los que estaba recechando corzos en la sierra de Leyre y me metí por una estrecha faja de un lugar basta escarpado que tenía por bajo un cortado bastante considerable con el fin de gemelear una zona muy querenciosa que se veía desde allí, cuando salió delante mía una jabalina de mediano tamaño seguida de sus crías recién nacidas alejándose por la misma senda que yo estaba utilizando. Para mi sorpresa, el animal llegó al final de la faja y al comprobar que no tenía salida al estar cortada a pico, volvió sobre sus pasos dirigiéndose hacia mi como una exhalación por la misma senda, pudiéndose hacer cargo el lector de cómo me subió la adrenalina. Yo no quería disparar, pero ante la duda de que me atacara o me volteara al encontrarme en su camino, instintivamente y muy a mi pesar no tuve mas remedio que encararme el 243, so pena de que me tirara barranco abajo,  y no viendo mas que pelo por la mira de rececho dispararle de frente a muy escasa distancia, teniendo la fortuna de que cayera abatida prácticamente a mis pies. La situación fue para vivirla, pero me dejó un mal sabor de boca ya que intenté hasta el ultimo momento no abatirla,  y un gran susto.

En el alto Pirineo, a pesar de que siempre he intentado tener todo el cuidado posible por lo que implica el andar por estos preciosos parajes, he vivido algunas situaciones que pudieron acabar en percances, principalmente con la desorientación con las nieblas, el exceso de confianza al alejarme mucho y hacérseme de noche para volver, los cambios metereológicos y la nieve recién caída. Recuerdo como ejemplo un caluroso día de primavera en el que en días anteriores había caído una importante nevada que había salido a sacar fotos de sarrios y después de todo un día andando por una zona que conocía,  estaba volviendo hacía mi lugar de salida, cuando llegué a una ladera que estaba cubierta de abundante nieve y que al estar en medio del camino de vuelta invitaba a cruzarla por su mitad en vez de seguir las mas elementales normas de seguridad que deben imperar en la alta montaña en casos como este. Allí me tenían a mis 25 años llenos de fuerza y juventud y mi limitada experiencia, cansado después de muchas horas de camino dudando durante un buen rato si avanzar o no, cuando gracias a Dios y a mi buena estrella, decidí que más valía cansarse y perder una hora sorteando el circo por arriba donde no había peligro. Cuando ya estaba subiendo en vertical sudando como un condenado metido de nieve hasta casi la cintura por donde debía, fui testigo de un importante alud de la vaguada donde había pretendido pasar que se llevó hasta debajo de la montaña toda la nieve acumulada.

 

Archivado en:  Carlos Irujo,

 

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