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La inexistente empatía del cazador

Esta mañana leía un artículo en una revista de caza, donde se afirmaba que “la caza es la acción que efectúa un cazador, y un cazador es aquel que disfruta de la gestión del coto y de la naturaleza…”. Tras leer está idílica y pastoril definición del arte venatorio, saltaron en mi “cerebro todas las alarmas”. Pues no es la primera vez que leo o escucho argumentar la pureza y magnificencia de la caza, como justificación ante el acoso animalista.

Laureano de Las Cuevas
martes, 02 de mayo de 2017

  

Si Delibes u Ortega levantaran la cabeza, insistirían en otra visión mucho menos racional, y mucho más natural y apasionada de la caza. Entre mis recuerdos siempre estará presente la figura de aquel cazador de menuda, que con la escopeta de dos caños y el perrete de buenos vientos, navega los surcos del arado y se agazapa tras los espinos esperando a que levante el vuelo esa pareja de patírrojas que colgará del cinto y serán justo premio a una jornada de caza. Ese “cazador social” que describía D. Miguel, y que al igual que Ortega conforma la base del estamento cinegético. Pues ambos huían de una imagen encorsetada del cazador.



Ortega en su ensayo sobre la Caza, nos recuerda que fue esta uno más de los pilares de la Revolución Francesa: Negar al pueblo llano la posibilidad de su ejercicio, impedir esa necesidad de cazar que forma parte de nuestra impronta desde el albur de los tiempos, separó más de una cabeza de su tronco. Haciendo hincapié en esta humana necesidad, Ortega nos habla de algo mucho más importante que las “formas y la estética”, nos habla de la ”felicidad”, la felicidad que produce su práctica como herramienta para alcanzar tan ansiado bien.
Dicho lo anterior vuelvo al “alarmante desasosiego” que despertaron en mí aquellas palabras. Desconozco la trayectoria cinegética del autor, ni su procedencia, ni las disciplinas que practica; no quiero atisbar en sus palabras, un encuentro no muy temprano con la caza, o un ligero cinismo al exigir esa pureza que un viejo cazador nunca clamaría, pues todo aquel que desde su juventud temprana ha practicado la caza, tiene un su armario algún cadáver que ocultar. Que ocultar hoy, pues al igual que la imagen romántica del furtivo de hambre se ha tornado en la estampa vil del furtivo que abate por lucro y no por necesidad para vender los trofeos a “cazadores de chichinabo”. En mi juventud y en la de muchos cazadores, algunas “pillerías”, eran permisibles, incuso daban cierta patina al que las practicaba. Y aunque a muchos les cueste reconocerlo, y a otros no les guste escucharlo, la caza al igual que las personas, tiene sus luces y sus sombras. Y no seré yo quien arroje la primera piedra.

Exhibir la pureza de la caza, el virtuosismo del rececho, o la bravura del vuelo de la patirroja, como escudo ante el ataque animalista, es el mayor ejercicio de cinismo que se puede realizar, desde una sociedad que caza con armas semiautomáticas, se apoya en ópticas que delatan a un animal a 1000 metros en la noche más oscura, reclama el canto o la voz de un animal con un señuelo electrónico, o dispara a un animal cebado durante meses desde una atalaya de PVC. Y que conste que no digo que no se deba cazar con semiautomática, o utilizar una óptica de 6000 €, o arrearle a un indefenso y confiado animal desde un blind. Pues nos guste o no, ese tipo de caza es legal. Y la legalidad de la caza, es a la par de su pureza, el otro baluarte de defensa que algunos utilizan ante el ataque de las hordas animalistas.

Sin embargo, prefiero entonar el mea culpa, y reconocer que el colectivo español de cazadores, no por cazadores, sino por españoles; es uno de los más cainitas y retorcidos de Europa, y que desde luego no podemos compararnos ni de lejos, con los cazadores alemanes o noruegos, no porque seamos peores cazadores, simplemente porque no somos ni alemanes ni noruegos. Aunque hayamos crecido bajo el paraguas de la democracia y los derechos inalienables, no hemos comprendido parte del mensaje de lo aprendido, y esas carencias en el aprendizaje nos iguala en la sinrazón con los ecologistas. El cazador en España (y no me cansaré de repetirlo) aún no es consciente de que las leyes de caza “no las hacen los cazadores, las hacen las mayorías”. Y mientras la mayorías, no perciban la caza como un bien social, como una necesidad humana; toda batalla a largo plazo está perdida. Eximir la pureza de la caza con un inmaculado atuendo verde recechando un precioso animal en un cuidado y bien gestionado coto, no sirve de nada mientras quien esté al otro lado de la cerca, siga percibiendo a este inmaculado cazador, como a un “asesino”.

La caza en España está tan estigmatizada por intereses políticos y económicos, como denostada por la por la falta de educación, no solo ambiental, sino en valores. Mientras no seamos capaces de hacer ver la necesidad de cazar a sus detractores, y reeducar al cazador en el respeto al que no lo es. Mientras la caza no solo sea justificable como algo imprescindible en el control de poblaciones, sino como algo tan necesario como respirar, una condición innegociable de nuestra felicidad. Mientras no sepamos mostrar ese lado humano de la caza, y nos empeñemos en justificar con cifras y no con sentimientos, seguiremos dando bandazos como el borracho torpe del bar. Mientras en la retina del ciudadano de a pie impere “La Caza, de Saura”, y no “El Diario de un cazador, de Delibes”; negros nubarrones atisbarán el horizonte cinegético…. Necesitamos transmitir esa necesidad que Delibes afirmaba, ”podría vivir sin comer, pero no podría vivir sin cazar, y en efecto, prefiero privarme de cualquier otra cosa que de la posibilidad de salir al campo cuando se abre la veda”.

Y yo, como antaño hicieran un puñado de valientes, un 4 de julio. “Reclamo mi derecho inalienable a la búsqueda de la felicidad”…… a través de la caza.

Pero como siempre. Esta es tan solo mi opinión, y como tal, equivocada.



Laureano de Las Cuevas
CazaConsult - Consultores Cinegéticos

 

 

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